Terminamos de rezar juntos y guardamos un momento de silencio, seguido de otro. Nadie decía "Amén" hasta que mi esposa lo dijo y después comenzó a solicitar en sus manos los rosarios, mismos que le depositaban las manitas de mis hijos. Entonces no tardó en llegar el fruto, pues uno de mis hijos exclamó: "¡Qué feliz me siento de rezar en familia!"