#69: Ambos eramos niños.

Un vecino, amigo mío de generación arriba, me salvó la vida cuando evitó que un Volkswagen Sedán me atropellara, al sujetar la presilla trasera de mi pantalón con su dedo, (impidiendo así mi avance), justo en el momento en que me bajé de la banqueta y pasaba zumbando el coche.

#68: Cómo perdí la cinta de mi zapato.

Recuerdo que durante un retiro espiritual de fin de semana para jóvenes, llegó el momento de rezar el Via Crucis y no teníamos un crucifijo para encabezar al grupo de peregrinos; así que confeccionamos uno muy rústico con dos trozos de madera y la cinta de mi zapato.

#67: La vez que me sentí papalote.

Con un arnés bien apretado, pero salvando tus partes nobles, no dejas de correr hacia el bote que te estira hasta que tus pies ya no tocan la playa; después: te elevas, disfrutas el paseo, la vista, la brisa y el sol; al final desaceleran y tiras un poco de las cuerdas en la dirección en la que quieres descender...la altura no te da problema porque te sientes protegido por el paracaídas y el mar.

#66: Mis hijos jugando en el parque.

Mi hijo mayor utilizando su teléfono grabó en vídeo a mis dos hijos pequeños, los cuales primero juntaron todas las hojas secas, y después de tomar distancia, ambos corrieron para lanzarse al montón; al caer quedaron completamente cubiertos, hasta que una por una emergieron sus cabecitas.

#65: Indulgencia plenaria

Al atardecer del domingo rezamos en familia el Santo Rosario y al final ofrecimos por las intenciones del Papa: 

  • un Padre Nuestro, 
  • tres Aves Marías, 
  • un Gloria y 
  • un Credo;
ya solo nos falta confesarnos y comulgar para ganar la indulgencia.

#64: De parte de los Reyes Magos.

Mientras duró mi infancia, cada día 6 de enero, una bota de terciopelo rojo, adornada con motivos navideños y rellena de dulces mexicanos y algunas monedas, amanecía para mí, junto a otra muy parecida para mi hermana, a un lado del pino de Navidad.